Hoy es un día de esos en que te planteas:
voy a madrugar,
a poner en orden el cuarto (porque mis tíos van a pensar en breve que han acogido por unos días a una indigente y no a su sobrina)
a recuperar ese blog que creé hace mil años y está abandonado (quizá por vagancia pura y dura, quizá por falta de inspiración, quizá por no acordarme de la contraseña que había puesto)
a hacer un super día intensivo de estudio,
a aprovechar para salir a la terraza en un rato de descanso del gran día de estudio y leer mientras disfruto de la brisa gallega,
a no mirar ni una sola vez el Tuenti y el Facebook hasta que me vaya a acostar,
y (con una sonrisa de oreja a oreja) ¡seguro que al final del día me siento muy realizada y feliz!
Pero, te despiertas a la hora planeada y (¡vaya por Dios!) el cielo está más o menos nublado, y claro, bajonazo.
Así que desayunas entre legañas,
haces un intento de selección entre ropa que esconder al fondo del armario, otra que tirar a lavar y otra que guardas sin doblar en la maleta,
y te vuelves a la cama porque
¿cómo pretende el hombre del tiempo que me ponga a estudiar con el día tan deprimente que hace?
Puff
Ya si eso mañana... vuelta a empezar.